domingo, 19 de febrero de 2012

Ailí, Elena y Lady Awen ni Gwydion

Música


20 de Marzo, 1997. Escocia.

                El espejo vibró en su bolsillo como tratando de llamar su atención. Maxwell Sombras-en-el-humo dejó de hablar y frunció el ceño.
                -¿Ocurre algo, Sombras-en-el-humo? –preguntó la Anciana Ragabash.
                -Acabo de recordar algo importante. ¿Me disculpas?
Lucielle le miró con malos ojos.
                -¿Más importante que la horda de…?
                -Lucille, es importante.
Ella emitió un gruñido molesto y se retiró. Maxwell se levantó y caminó hasta un lugar más reservado en la espesura del bosque. Sacó el espero y lo miró fijamente recitando unas palabras en Ogham. Segundos después, su reflejo mutó hasta transformarse en el rostro congestionado de su hermana.
                -Hay movimiento, Maxwell. Tenéis que iros de allí –se apresuró a decir en apenas un susurro, tanto que el garou tuvo que acercar más el rostro al espejo.
                -¿Y me lo dices tú, que estás en el culo de Malfeas?
                -Están levantando hordas, Sombras. No vais a poder con ello. Avisad a San Francisco y al resto de Clanes cercanos.
Maxwell bufó, molesto.
                -No vamos a pedir ayuda como cobar..
                -¡Os van a masacrar! Por Gaia, Maxwell, convence a Garra-de-justicia para que hable con los Colmillos rusos.
                -¿Con los rusos?
                -Están moviendo Zmeis. ¡Zmeis! –advirtió con el terror dibujado en el rostro. Entonces miró hacia otro lado-. Creo que me han visto, tengo que irme.
                -¡No! ¡Espera! ¡AILÍ!
Y en el espejo volvió a aparecer su propio reflejo.

                24 de Marzo, 1997. San Francisco.

                Elena miraba amanecer por la ventana con su ojo sano. Hoy tenía un buen día, las cicatrices no dolían. Eso significaba que haría buen tiempo. Se sonrió, cansada, y continuó comiendo del boll de cereales.
En ese momento, algo refulgió en el cielo de San Francisco. Una nube oscura comenzó a retorcerse formando lo que parecía un tornado que descendía hacia el mar. Soltó la cuchara.
                -Ethan… ¡ETHAN!
                Con dificultad se puso de pie y trató de correr hacia la habitación de su hermano cojeando.
                -¡Ethan!
                -¡Lo sé, lo he visto! –respondió él un instante antes de entrar en su habitación-. Tenemos que irnos. ¡YA! Voy a llamar a Nichole y a Jeff.
                Elena volvió la vista hacia atrás. ¿Qué demonios era eso? ¿Significaba que James y los otros no lo habían conseguido…?
                Apretó la carta en su bolsillo y cogió el chaquetón y las muletas antes de salir.

                23 de Marzo, 1997. Feudo de las Hadas.

                -Mi querida reina Gwydion. Es hora de que nos devuelvas aquello que te concedimos de buena fe.
                Lady Awen miró con soberbia a la Anciana mal vestida y su acompañante, que habían osado irrumpir durante la comida en su reino. No obstante, si la vieja Ventisca-Invernal acudía en persona… Se acercaba.
                La reina se levantó de su trono e hizo una profunda reverencia ante la sabia, algo que asombró a sus cortesanos.
                -El honor de mi casa siempre será respetado. Un Juramento es un Juramento, y vos, después de todas las adversidades, siempre habéis pertenecido a nuestro pueblo tanto como a cualquier otro. ¿No es así, Liala?
                Los ojos de la Theurge brillaron emocionados una vez más.
                -Así es, musa entre las musas.
                -Aguardad un momento –pidió la Gwydion con tono melódico, y desapareció para volver minutos más tarde portando un cofre de madera, viejo y maltrecho, envuelto en un paño de oro.
                Con sumo cuidado y acercándose a sus invitados más de lo que la cortesía pedía, abrió el cofre y les mostró el contenido a los Garous. Los ojos de Matthew se abrieron desmesuradamente.
                -¿Eso es…?
                -Es lo que es- se apresuró a decir la Anciana, que alargó sus frágiles manos para sacar el contenido-. Habéis hecho bien vuestra labor, Lady Awen Ni Gwydion. Mi eterno agradecimiento os doy.
                Ella asintió e hizo un gesto para dejarles marchar. Pero antes, añadió suplicante, y por primera vez en muchos años con su fachada de arrogancia totalmente derruída:
                -Por favor… Traed a mi hija a casa.

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