20 de Marzo, 1997.
Escocia.
El
espejo vibró en su bolsillo como tratando de llamar su atención. Maxwell
Sombras-en-el-humo dejó de hablar y frunció el ceño.
-¿Ocurre
algo, Sombras-en-el-humo? –preguntó la Anciana Ragabash.
-Acabo
de recordar algo importante. ¿Me disculpas?
Lucielle le miró con malos ojos.
-¿Más
importante que la horda de…?
-Lucille,
es importante.
Ella emitió un gruñido molesto y se retiró. Maxwell se
levantó y caminó hasta un lugar más reservado en la espesura del bosque. Sacó el
espero y lo miró fijamente recitando unas palabras en Ogham. Segundos después,
su reflejo mutó hasta transformarse en el rostro congestionado de su hermana.
-Hay
movimiento, Maxwell. Tenéis que iros de allí –se apresuró a decir en apenas un
susurro, tanto que el garou tuvo que acercar más el rostro al espejo.
-¿Y me
lo dices tú, que estás en el culo de Malfeas?
-Están
levantando hordas, Sombras. No vais a poder con ello. Avisad a San Francisco y
al resto de Clanes cercanos.
Maxwell bufó, molesto.
-No vamos
a pedir ayuda como cobar..
-¡Os
van a masacrar! Por Gaia, Maxwell, convence a Garra-de-justicia para que hable
con los Colmillos rusos.
-¿Con
los rusos?
-Están
moviendo Zmeis. ¡Zmeis! –advirtió con el terror dibujado en el rostro. Entonces
miró hacia otro lado-. Creo que me han visto, tengo que irme.
-¡No!
¡Espera! ¡AILÍ!
Y en el espejo volvió a aparecer su propio reflejo.
24 de Marzo, 1997. San Francisco.
Elena
miraba amanecer por la ventana con su ojo sano. Hoy tenía un buen día, las
cicatrices no dolían. Eso significaba que haría buen tiempo. Se sonrió,
cansada, y continuó comiendo del boll de cereales.
En ese momento, algo refulgió en el cielo de San Francisco.
Una nube oscura comenzó a retorcerse formando lo que parecía un tornado que
descendía hacia el mar. Soltó la cuchara.
-Ethan…
¡ETHAN!
Con
dificultad se puso de pie y trató de correr hacia la habitación de su hermano
cojeando.
-¡Ethan!
-¡Lo
sé, lo he visto! –respondió él un instante antes de entrar en su habitación-.
Tenemos que irnos. ¡YA! Voy a llamar a Nichole y a Jeff.
Elena
volvió la vista hacia atrás. ¿Qué demonios era eso? ¿Significaba que James y
los otros no lo habían conseguido…?
Apretó
la carta en su bolsillo y cogió el chaquetón y las muletas antes de salir.
23 de Marzo, 1997. Feudo de las Hadas.
-Mi querida reina Gwydion.
Es hora de que nos devuelvas aquello que te concedimos de buena fe.
Lady
Awen miró con soberbia a la Anciana mal vestida y su acompañante, que habían
osado irrumpir durante la comida en su reino. No obstante, si la vieja
Ventisca-Invernal acudía en persona… Se acercaba.
La
reina se levantó de su trono e hizo una profunda reverencia ante la sabia, algo
que asombró a sus cortesanos.
-El
honor de mi casa siempre será respetado. Un Juramento es un Juramento, y vos,
después de todas las adversidades, siempre habéis pertenecido a nuestro pueblo
tanto como a cualquier otro. ¿No es así, Liala?
Los
ojos de la Theurge brillaron emocionados una vez más.
-Así
es, musa entre las musas.
-Aguardad
un momento –pidió la Gwydion con tono melódico, y desapareció para volver
minutos más tarde portando un cofre de madera, viejo y maltrecho, envuelto en
un paño de oro.
Con
sumo cuidado y acercándose a sus invitados más de lo que la cortesía pedía,
abrió el cofre y les mostró el contenido a los Garous. Los ojos de Matthew se
abrieron desmesuradamente.
-¿Eso
es…?
-Es lo
que es- se apresuró a decir la Anciana, que alargó sus frágiles manos para
sacar el contenido-. Habéis hecho bien vuestra labor, Lady Awen Ni Gwydion. Mi
eterno agradecimiento os doy.
Ella
asintió e hizo un gesto para dejarles marchar. Pero antes, añadió suplicante, y
por primera vez en muchos años con su fachada de arrogancia totalmente
derruída:
-Por
favor… Traed a mi hija a casa.
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